Holaaaaaa:D
Estoy orgullosa de poder traeros hoy el primer capitulo de mi nueva historia, que por cierto aún no tiene nombre... Enfin... espero encontrar un nombre adecuado antes de terminarla...hahaha Bueno, espero que os guste el primer capítulo, alguien a lo mejor lo encontrará un poco flojo o aburrido, pero tengo que empezar introduciendo la acción, porque, ya sabéis lo que dicen, que las cosas buenas se hacen esperar<3, no os doy más la lata y os dejo leer el primer capi, espero que os guste, pero si no os gusta aceptaré encantada vuestras críticas y buscaré desesperadamente mejorar. :D
Capítulo 1: Malas noticias
“ ¡Dai! ” oí a mi mejor amiga Beth llamarme con un deje de desesperación en la voz. “ ¡Dai, por dios! ¿Dónde te has metido? “ me exigía suplicante. De pronto, me sentí mal por haber desaparecido, puesto que la había hecho preocuparse sin necesidad alguna.
“ Estoy aquí, Beth. “ le respondí al fin, cansada de seguir arrastrando mi culpabilidad.
Salí de mi escondite de un salto y me planté delante suyo exhibiendo una sonrisa divertida, a la que ella respondió con una mirada llena de odio e irritación.
“ ¿Dónde diablos te habías metido? “ me exigió con fiereza. “ Llevo buscándote desde que se terminó la clase de Lengua. ¿Por qué has faltado a clase? No es propio de ti. Me tenías realmente preocupada, creí… creí que te había pasado algo malo. En serio, Daianne, no puedes volver a desaparecer tan de repente, de un momento para otro. Sabes que me preocupo. “
Puse los ojos en blanco. Otra vez estaba la dulce y tierna Beth con un discursito que siempre era el mismo y que ya debía de saberse de memoria. Al principio me parecía divertido, porque amaba que mi mejor amiga me apreciara tanto, pero ahora empezaba a molestarme su constante preocupación.
“ Tranquila, Beth. Estoy bien, mira. “ le dije dando una vuelta sobre mí misma, en un ridículo intento de parecer una bailarina. “ No es necesario que sigas preocupándote cada vez que no me tienes a menos de un metro. “
Mi comentario no le pareció justo, y me lo demostró haciendo unos pucheritos que siempre me derrotaban totalmente, dejándome KO y haciéndome sentir muy culpable.
“ No, Bethy. “ le dije suplicante. “ No me pongas esa carita, que nos conocemos. Tienes que empezar a disfrutar de la vida, sin preocuparte por todo durante todo el tiempo. “
“ No es eso Dai, y lo sabes. Sabes que no es seguro andar por los pasillos de la escuela en horas de clase. Ya lo sabes… dicen que a veces pasan…cosas. “
No. Otra vez con la estúpida historia de los fantasmas y los espíritus. Todo el instituto Royal Keith hablaba de lo mismo. ¿Es que no encontraban aburrido estar parloteando siempre sobre el mismo tema absurdo e infructuoso? Hatajo de estúpidos.
“ Beth. “ le dije, ahora muy seria, examinando atentamente su pequeño rostro con forma de corazón y su tez muy pálida, sus enormes ojos azules y saltones y su rubio y rizado pelo, que le caía por los lados de la cara de una forma muy graciosa, creando una aureola dorada a su alrededor. Sus tirabuzones, que le llegaban hasta la espalda, eran de un rubio casi albino, que dolía a la vista, porque cada vez que lo admirabas tenías que aguantar las ganas de robárselo. Era tan linda. La combinación de todos sus dulces rasgos la hacían parecer una muñeca de porcelana, y su pequeño cuerpecito solo ayudaba a acentuar más la visión de una dulce muñequita. La quería. Muchísimo. Era mi mejor amiga desde que había entrado en aquél instituto lleno de gente extraña. Era de las pocas personas normales que había allí. “ ¿No hablamos ya sobre el tema de fantasmas y espíritus? “ le reproché con intención de hacerla sentir culpable. “ Creí que ya te había quedado claro lo que pensaba yo sobre esa idiotez. Que no me creía nada y que no le daba ninguna importancia, y también creí que tú habías estado de acuerdo conmigo. ¿Qué ha pasado, pues, para que hayas cambiado tu opinión de un día para otro? “
Ella se mordió el labio, dubitativa sobre lo que tenía que contestarme. La había puesto en un aprieto, ella sabía que lo que yo había dicho era cierto. Pero había algo. Algo que ella había estado ocultándome desesperadamente durante las dos últimas semanas. Algo que yo quería saber con todas mis fuerzas. Habían pasado cinco años des de que nos habíamos visto las caras por primera vez, des de que nos habíamos mirado a los ojos y habíamos descubierto que era nuestro destino ser las mejores amigas. Desde los 12 años. Y hasta ahora, Beth nunca me había escondido nada. Nunca. Hasta ahora, ella siempre había sido como un libro abierto, fácil de leer. Pero ahora parecía como si hubiera algo que no quería contarme. Lo notaba en su mirada ligeramente distante y en la forma en qué se mordía el labio cuando tenía que inventarse una escusa a toda velocidad. Y no me disgustaba. No había estado presionandola hablándole sobre el tema porqué probablemente se trataba de algo muy delicado. Por aquel motivo, me había dedicado a esperar pacientemente durante las dos últimas semanas, pero ahora la espera me estaba hartando. ¿Qué era lo que la tenía tan preocupada? ¿Tan malo era que no podía ni decírmelo?
Aquél era uno de los muchos motivos por los que había decidido hacer pellas. No quería ir a clase de Lengua, puesto que Cliff, el profesor calvo, regordete y tirano que impartía la asignatura era aburrido y se pasaba toda la clase rascándose la cabeza pelada y hablando sobre cosas estúpidas que no le interesaban a nadie. Ni siquiera le interesaban a él mismo. Por lo tanto, pasaba de ir a aquella clase. Pero también había otro motivo a parte de Beth y el profesor de lengua por el que no quería ir a clase. Mis padres se estaban divorciando.
Me lo habían contado tres días atrás, y yo aún no podía creérlo. Ellos, que parecían ser la viva personificación del amor. Aquél era uno de los motivos por los que ya no creía en aquél estúpido sentimiento al que algunos llamaban amor. Siempre se terminaba, y mis padres me lo habían demostrado con creces últimamente, gritándose continuamente y discutiendo por estupideces. Estaba muy harta de todo. Por eso, cómo último recurso, había decidido faltar a clase. Total, a nadie le importaba. Mis padres estaban demasiado ocupados llenando el papeleo del divorcio y lanzándose platos por la cabeza, por lo que no tenían tiempo ni para mí ni para mis estudios, y parecía que Beth tampoco me prestaba demasiada atención últimamente. Estaba como ida, y por eso no había podido explicarle que mis padres se estaban divorciando y que yo cada vez me sentía más sola y vacía. Últimamente las dos nos habíamos distanciado, por diferentes motivos en cada caso. Me gustaba que ella me guardara algún secreto, porque la intimidad es algo bueno y Beth nunca había gozado excesivamente de ella, ya que en su casa nunca le dieron intimidad, y por eso siempre estaba contándomelo todo. Tampoco me disgustaba su muestra de confianza, pero a veces hay cosas que es mejor guardarse para uno mismo, como por ejemplo, un sueño erótico con un viejo de ochenta años. En serio, no era necesario que me lo explicase con tantos detalles. Pero, ahora mismo, teniéndola delante, tan pequeña, tan desprotegida, mordiéndose el labio con desesperación, intentando inventarse una escusa creíble, sin darse cuenta de que hacía cinco minutos que nadie hablaba, deseé que me lo contase todo. Deseé que me explicase porque su actitud estaba siendo tan extraña últimamente. Y deseé contarle lo destrozada que estaba. Lo mucho que necesitaba tener a mi mejor amiga a mi lado cuando mis padres se estaban destrozando la vida y me la estaban destrozando a mí. Necesitaba hablarlo con alguien, sentía que iba a explotar. Miré a Beth significativamente durante unos instantes, y cuando ella se dio cuenta de que la estaba observando me dirigió una triste mirada de arrepentimiento.
“ Lo siento, Dai. “ se dignó a decir finalmente, rompiendo el silencio. “ Sé que sabes que te he estado ocultando algo durante dos semanas. Lo sé por la forma en que me miras. “ intenté responder, pero ella me cortó antes de que pudiera abrir la boca siquiera. “ Espera, no digas nada, déjame terminar por favor. “ me suplicó. “ Lo sé, y lo siento. Siento haberte tenido tan preocupada, siento haber pasado de ti estos días. Me arrepiento tantísimo. “ dijo apenada, casi llorando.” Y en cuanto a los fantasmas, era solo una escusa para poder regañarte. “ volvió a morderse el labio con insistencia. “ Creo que necesitaba hacerte sentir culpable, hacer que te sintieras como yo me estoy sintiendo ahora mismo. Y lo siento mucho. Tengo que disculparme por haberte fallado cómo amiga. “
Las lágrimas que tanto habían estado amenazando en asomarse por sus ojos, empezaron a descender silenciosamente. Estaba llorando. Mi dulce y apreciada Beth estaba llorando. Lágrimas enormes y transparentes. No podía permitirlo. Ella, tan débil, tan inocente. Siempre protegiéndola, siempre evitándole sufrimientos. Y ahora, era yo quien la estaba haciendo llorar. Des de la primera vez que nos habíamos visto y la amistad había nacido en nuestro interior, no me había despegado de su lado, ni ella del mío. Beth siempre había sido frágil y llorona, y yo me había propuesto protegerla. Des de nuestro primer años juntas, me había dedicado a hacer de guardaespaldas. Ella, bonita y brillante por naturaleza, siempre había despertado envidias y odios por parte de las chicas. Y a la viceversa, deseo por parte de los chicos. La protegí de las chicas, con sus intentos de dejarla en ridículo, y de los chicos, con sus manos largas y sus hormonas descontroladas. A cambio, ella me regalaba sus sonrisas y su brillante amistad. Tenía suficiente, y ella también. Y ahora la había hecho llorar.
“ Estúpida. “ le dije cariñosamente. Ella levantó la cabeza del suelo, donde había estado mirando para disimular sus lágrimas, aunque sabía de sobras que yo la conocía lo suficiente para saber que había estado llorando. Tenía los ojos ligeramente rojos y la cara humedecida por las lágrimas. “ No me has fallado como amiga. “ le aseguré. “ Tan solo es... que… no lo sé. “ tragué saliva, dispuesta a decir lo que realmente me rondaba por la cabeza des de hacía dos semanas. “ Últimamente te has distanciado de mí, y me preocupa. Siento como si estuvieras muy lejos de mí, como si no pudiera alcanzarte. Necesito estar a tu lado. Quiero que confíes en mí para contarme lo que sea que te preocupa tanto. Prometo que voy a estar a tu lado sea lo que sea. No voy a irme. Lo juro. “
Ella me miró, con una expresión inescrutable en su rostro. Estaba meditando sobre que debía hacer, si contármelo o no hacerlo. Finalmente, se dio por vencida, ya que suspiró y levantó la cabeza, mirándome directamente a los ojos.
“ Tienes los ojos muy verdes. “ me dijo, ante mi sorpresa.
Le lancé una mirada que era una mezcla entre risa, irritación y sorpresa. Sobretodo sorpresa.
“ Lo sé. “ le respondí suspirando. “ Pero no sé a qué viene esta afirmación ahora. No es como si no supieras que tengo los ojos verdes, ¿verdad? “
“ No. “ aceptó. “ Sé que tienes los ojos verdes. Lo sé des de que te vi por primera vez. “
Enarqué las cejas.
“ Pues entonces, ¿a qué ha venido el comentario? “
Volvió a morderse el labio, nerviosa.
“ No lo sé.” Confesó al fin. “ Sentí que tenía que decirte algo, cualquier cosa. En realidad, Dai, no quiero contarte lo que me pasa. No quiero preocuparte. Porque te quiero, y sé que tú también me quieres y lo que te voy a decir te preocupará. “
“ ¿Pero es que no lo ves? “ le dije al fin. “Hablándome crípticamente sólo consigues que me preocupe más. Suéltalo de una vez por todas, maldita sea. “
Beth me miró sorprendida. Yo no era muy propensa a las palabras malsonantes. Sólo cuando estaba realmente molesta, o muy nerviosa. Pero aquella era una ocasión especial. Tenía, no, necesitaba saber que le estaba pasando a mi amiga. Tenía que ser algo muy grave, y yo quería ayudarla. Quería estar a su lado y darle todo mi apoyo.
“ Está bien. Puede que tengas razón. “ dijo más convencida. “ Pues… la verdad… “ empezó a hablar, pero su voz quedó amortiguada por el timbre que anunciaba el final de las clases de la mañana. El timbre que indicaba que era la hora de ir a comer. Mi estómago respondió al timbre alegremente. Me moría de hambre, puesto que no había almorzado. Y saltarse clases cansaba. Era bastante problemático, ya que tenías que esconderte cada vez que un profesor pasaba distraídamente por el pasillo. Aquél era uno de los motivos por los cuales me había refugiado en el baño de las chicas. Los profesores no entraban allí, ya que disponían un baño en su sala de reuniones.
Beth me miró preguntándome si quería que continuase o si quería dejarlo para otro momento. Le asentí imperceptiblemente con la cabeza, dándole a entender que no la dejaría escapar hasta que no me lo hubiera contado todo.
“ Bien. “ respondió asintiendo con la cabeza. “ Pero creo que es mejor que empiece des de el principio. “
La miré, expectante, animándola a continuar con su relato.
“ Hace aproximadamente un mes, empecé a notar que iba perdiendo peso lentamente. No era demasiado y no se notaba en absoluto, y por eso no le di importancia. Los días fueron pasando, y yo me pesaba cada día, y cada día me daba cuenta de que había adelgazado uno o dos gramos. “
Paró un momento la historia, inspirando profundamente para no ponerse más nerviosa de lo que ya estaba. Mientras tanto, yo la miraba curiosa y un poco preocupada.
“¿Y…? “ la animé a seguir.
“ Y no todo se acabó con la pérdida de peso. Unos días después, o puede que una semana después, no me acuerdo, empecé a sentir cansancio. No le di la menor importancia, porque lo atribuí al estrés de los exámenes y a la falta de sueño. Estoy estudiando mucho, ya lo sabes. “
“ Si, lo sé. “ corroboré.
“ Así que, los días fueron pasando y yo me acostumbré a bajar de peso y a estar al borde de la extenuación. Como te he dicho, lo atribuía totalmente a los estudios, por lo que ni me planteé ir a ver al médico. Y no lo hubiera hecho aún ahora, si no fuera porque hace seis días empecé a tener fiebre y algunas alucinaciones. También podían ser atribuidas al cansancio, está claro, pero lo que pasó fue que mi madre se dio cuenta de que estaba enferma, y ya sabes cómo son las madres. Bueno, ya sabes como es MI madre. “
“ Si, lo sé. “ dije rodando los ojos. Lo sabía demasiado bien, puesto que cuando iba a su casa no me la podía sacar de encima hasta que le había jurado y perjurado mil veces que no me drogaba, que no tenía sexo con extraños y que no iba a llevar a su hija por el mal camino.
“ Discutí muchísimo con mi madre para que no me llevase al médico, pero ella no quiso oír ni una palabra, y me hizo sentir como si mi opinión no contase para nada. Me sacó de la cama a rastras, me empujó hacia el coche, me puso el cinturón de seguridad y me llevó al médico. “Eres una exagerada. “ le repetía sin parar de camino al doctor. “ Lo hago porque te quiero y quiero estar segura de que estás perfectamente, cariño. “ me respondía una y otra vez. Ay, dios, Dai, si la hubiera creído en aquél entonces me habría sido todo mucho más fácil. Porque luego… luego… “
“ ¡¿Luego qué?! “ prácticamente le grité.
Estaba al borde de una crisis nerviosa, tenía los pelos de punta y la preocupación aflorando por cada poro de mi piel. Lo que me había contado Beth hasta el momento no parecía ser para nada alarmante, pero yo sabía que ahora llegaba la parte importante. La parte en la que Beth me desvelaba por fin su preciado secreto, e intuía que no era nada bueno. Tenía mucho miedo y no quería saber el final, pero a la vez necesitaba comprobar que mi amiga estaba bien. Porque… ¿lo estaba, verdad?
“ Dai… “ dijo Beth dulcemente. “ si no quieres que siga… “
Dios, no entendía como Beth podía estar tan tranquila cuando yo estaba a punto de lanzarme por la ventana. Pero lo más importante… ¿realmente ella pensaba que había alguna remota posibilidad de que yo la dejara ir sin terminar? Porque si era así, estaba muy loca.
“ Beth, por dios, sigue de una vez. “ la insté.
“ Umm…bien…” dijo un poco decepcionada. Creo que ella esperaba que le dijese que no quería oírlo, que no quería formar parte de aquello. Pero estaba muy equivocada. No pretendía quedarme al margen de la situación, nunca lo había hecho, y juré que aquella no sería la primera vez. “ Llegamos al médico diez minutos después de salir de casa, y mi madre estaba que se subía por las paredes. Probablemente tenía muchísima jaqueca, porque no la había dejado de molestar en todo el trayecto. Le había repetido una y otra vez que quería irme a casa porque estaba en perfecto estado, y que las madres normales no llevan a sus hijas al médico por una simple fiebre inofensiva. La verdad era que me encontraba un poco mal, pero no iba a admitirlo delante de ella. Me preguntó cuánto hacía que me encontraba mal, y le expliqué que había empezado a perder peso unas semanas atrás. Al oír lo del peso y el cansancio aún se puso más nerviosa, y se apresuró a bajar del coche en cuanto llegamos. Una vez dentro de la clínica, tuvimos que esperarnos una media hora para que nos atendieran. Yo cada vez me encontraba peor, sentía que necesitaba tumbarme y descansar eternamente. Creí que me moría, pero finalmente, después de treinta largos minutos, puede que los treinta minutos más largos de mi vida, el doctor nos hizo pasar al consultorio. Era una habitación cálida y acogedora, pero la noticia que oirían aquellas cuatro paredes era espantosa, realmente espantosa. Jaime, – así se llamaba el médico – me preguntó lo mismo que mi madre. Después de oír todo lo que yo tenía que decirle sobre los síntomas experimentados recientemente, me hizo algunas pruebas con sus aparatitos especiales, y el ambiente agradable que se había instalado en la pequeña habitación se enrareció de pronto. La cara de Jaime se ensombreció, y miró a mi madre con preocupación. Mi madre se puso histérica, y le zarandeó exigiéndole que nos dijera lo que estaba ocurriendo. Un poco desconcertado por la repentina rabieta de mi madre, Jaime me miró y vi un destello triste en su mirada. Dios mío, pensé. ¿Tan grave es? Y pareció que él había captado lo que estaba pensando, porque me asintió imperceptiblemente para no contrariar más a mi pobre y sobreprotectora madre. Después de calmar a mi madre, Jaime se sentó en su silla, se quitó las gafas y nos miró durante unos instantes. Unos segundos después, se frotó los ojos con los dedos y se dispuso a hablar. Nos contó que los resultados de los análisis demostraban que era probable que padeciera un cáncer en la sangre. “
“ ¡¿Un cáncer en la sangre?! “ me apresuré a decir. “ Dios, Beth, dime que no es algo malo, por favor, dime que un cáncer en la sangre es algo leve y… curable. “
La miré esperanzada, pero su mirada hizo desaparecer la poca fe que me quedaba. Era una mirada triste y vacía de aquella vitalidad que siempre acompañaba a mi muñequita fuese a donde fuese. Amaba aquella mirada. Pero la mirada que encontraba ahora ante mí me asustó más que cualquier palabra que pudiese haber dicho Beth hasta el momento. Estaba paralizada por el terror. Mis articulaciones estaban en tensión constante, y sentía que en cualquier momento iba a desmayarme.
“ Dai, se nota que no prestas atención en clase de biología. “ me dijo intentando imitar una sonrisa. No obstante, yo sabía de sobras qué aquella sonrisa era falsa, lo supe con tan solo mirarla a los ojos, porqué no había ningún atisbo de felicidad en ellos. Al contrario, habían oscurecido hasta tal punto que parecían negros.
“ Si, bueno, digamos que no es mi asignatura favorita. “ dije aún muy nerviosa y preocupada.
“ Siento ser yo quien tenga que abrirte los ojos, pero el cáncer de sangre es… “
Hizo una pausa, dudando sobre si tenía que seguir o no.
“ …leucemia.” Terminó al fin.
“ Oh, no. “
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Espero que os hayaa gustadoo, enseriooo COMENTAAAAAAAD, criticas buenas y/o malas se acepta todo porque sabemos que NADIE ES PERFECTO ;)
besoos
JEEI!
Reseña: La manipulación de Fejo, Victoria Aveline
Hace 1 semana
me encanto muero por otro cap!! sube pronto ! la hiistoria mee interesa mucho1 pff ya quiero saber que pasa jejeje xD sube pronto besos dani
xoxox